Las identidades culturales, la tradición,
no están inscriptas en el patrimonio genético de una sociedad y se modifican y
se redefinen incesantemente, adaptándose a situaciones siempre nuevas,
determinadas por el contacto con culturas e identidades diferentes. La comparación
con el otro permite no solo medir si no también crear la propia diversidad. Las
identidades por lo tanto no existen
fuera del intercambio.
Conservadoras pero no estáticas, las
tradiciones alimentarias y gastronómicas son extremadamente sensibles a los
cambios, a la imitación y a las influencias externas